Advertencia: Este post está un poco largo.
Terminar una relación siempre es algo doloroso. No importa si el que "decidió" cortar el lazo (o cadena, o hilo, o hebra dependiendo del grosor y resistencia del asunto) fue uno mismo. Y la decisión va entre comillas porque no es en realidad una decisión sino la inevitabilidad del cambio que conlleva la evolución de las relaciones. Yo no decido querer o dejar de hacerlo ¿a quién se le ocurre semejante tontería? Después de todo, si uno pudiera decidir esas cosas sencillamente lo haría y nadie andaría por la vida "sufriendo por amor" (y ¿qué sería de la música y las artes entonces?). No, lo realmente doloroso es que -precisamente- cuando las cosas han cambiado para peor, lo único que que uno puede hacer es escoger (lo que en el momento parece) el menor de dos males: aceptar que las cosas cambiaron, o tratar de cambiarlas de nuevo por algo que se parezca a lo que existía inicialmente. A sabiendas, valga la aclaración, de que, como uno ya no es igual, la relación no va a ser igual, sin importar lo que uno haga.
El motivo del escrito de hoy es (como podrán suponer) una no-tan-reciente ruptura. Este blog y sus 3 lectores son testigos de mi difícil historia de hace un par de años, cuando aún vivía en Japón. Después de eso salí con un par de personas que ayudaron en mi proceso (lento, muy lento) de recuperación de confianza en mi y en otros, sin realmente comprometerme con nadie ni involucrar mucho mis sentimientos en el asunto. En el momento en que sentía que me estaba acercando demasiado, buscaba cualquiera de las cosas que me molestaban sobre esa persona y la ponía como argumento para terminar el asunto y no seguirme complicando. He de admitir que no fue justo con algunas de las personas con las que salí porque nunca permití que se acercaran mucho y, por lo tanto, no pude corresponder a lo que me ofrecieron en el momento. Seguro suena un poco a frase de cajón, pero el hecho es que estaba lastimada y no iba a permitir que me hirieran de nuevo.
Esa postura de 'si no permito que la gente se me acerque, no permito que la gente me lastime' funcionó muy bien por un tiempo y realmente me permitió procesar las cosas y hacer paces con la situación, pero es una postura que tiende a alejar a los otros porque nadie quiere estar con un discapacitado emocional. Hace más o menos 8 meses, cuando había comenzado a darme cuenta de esto, apareció otra persona -un vecino- con quien me entendía más o menos bien, o por lo menos eso creía, y empezamos a salir. La verdad es que pensé que iba a ser una relación como las que había tenido últimamente: superficial y simple (con el perdón de los involucrados). El vecino parecía ser buena persona, no muy interesado en embrollos emocionales y entendía que lo más importante para mi, en este momento de mi vida, es la academia.
Resumiendo mucho la historia, el vecino sí era una buena persona, pero estaba lleno de sus propias discapacidades emocionales. Dudo que alguien no lo esté, pero las suyas en particular, eran muy parecidas a las mías y sumadas a ellas, fueron una receta para el fracaso. Tardé mucho en darme cuenta de eso y mientras tanto pasé el umbral de tiempo que había puesto para terminar mis relaciones anteriores. Decidí no enfocarme en las cosas que me molestaban como excusa para dejar de llamar y decidí darle una oportunidad al vecino de entrar a ser alguien importante en mi vida. Fue aterrador. Con el miedo carcomiendome por dentro, seguimos saliendo un tiempo mientras yo me empecinaba en dejar pasar las cosas que no me gustaban y que iban deteriorando la relación poco a poco.
Mirando el panorama completo, fue una experiencia bonita. A pesar del miedo, intenté acercarme un poco y hubo momentos en que estar con él me hizo muy feliz. Debo admitir que no estaba tan preparada como creí para enfrentar una nueva relación en serio, pero le agradezco mucho al vecino haberlo intentado conmigo. El final no fue tan bonito, en cambio. Creo que el vecino también hizo un salto de fe conmigo y salió más que decepcionado del proceso. Lo siento por eso.
Lo cierto es que no soy una persona con la que es fácil estar, y soy consciente de ello. Tengo problemas confiando en la gente y por eso ando a la defensiva todo el tiempo, algo así como un hamster. Hay cosas que sencillamente no estoy dispuesta a tolerar, y si me siento agredida salto a mi rincón y muestro los dientes. Y me cuesta mucho no guardar rencores; sé que no está bien y trato de no hacerlo... pero me cuesta. Así que los detalles que dejé pasar fueron quedando ahí, guardados. Me sentí agredida muchas veces por sus puntos de vista sobre las cosas, y aunque traté de dejarlo pasar, no lo logré; otras tantas veces, las heridas de mi vecino le hacían desconfiar de mi y de mis intenciones, lo cual tampoco tomé muy bien. Al final me ganó el miedo y no pude dejar que se acercara lo suficiente, ni quise trabajar en mejorar lo que no estaba bien. Supongo que la desconfianza que me mostraba casi todo el tiempo estaba bien fundamentada, aunque siempre me negué a aceptarlo. De la misma manera que me negué a aceptar que nuestras diferencias realmente eran un problema para nuestra relación.
"Terminamos" hace más de un mes. ¿Por qué escribo esto con más de un mes de retraso? Fácil: porque no he terminado de procesarlo. Adquirí muchos malos hábitos en Japón. Uno de ellos (quizás el más molesto) es el hábito de guardarme lo que siento hasta que se me olvida o me gana y se sale. Tengo la (tal vez mala) suerte de ser una buena mentirosa y casi, casi logro creerme que no me afectó haber terminado con él. La verdad es que me dolió; la verdad es que en aunque no lo dejé acercarse del todo, se acercó más de lo que había dejado acercar a alguien en mucho tiempo; la verdad es que, aunque nunca me creyó, sí lo quise.
This was: Yin's stunned apology speaking
Tuesday, December 11, 2012
Tuesday, February 28, 2012
Tarea 1
María
Era jueves. podría haber sido cualquier día de la semana, pero era jueves. María se repetía esto una y otra vez mientras miraba distraídamente a la gente que pasaba caminando por la plaza central. Algunos iban apurados porque ya había terminado la hora del almuerzo y era tiempo de volver a la oficina, otros sólo mataban el tiempo mientras esperaban a alguien, y otros más caminaban con paso decidido, hacia algún lado, con el fin de hacer la siguiente cosa definida en sus rutinas diarias. Ella no caminaba con ninguno de ellos. No tenía prisa de volver al trabajo, nadie la esperaba y no esperaba a nadie, y "rutina" era una palabra ausente de su vocabulario desde el momento en que su casa, su barrio y su ciudad natal le quedaron pequeños.
María tuvo que irse, tomó un bus a la capital y llegó a esa misma plaza una mañana de octubre. También era jueves, y los mismos grupos de caminantes llenaban el lugar. Sin embargo, esa mañana no era María quien los observaba distraída. Otra mujer, un poco mayor que ella los miraba, sin verlos realmente. Cuando sus ojos se cruzaron, se reconocieron la una en la otra de inmediato. Ambas vieron el hambre insaciable de aventura y la curiosidad perenne en los ojos de la otra mujer de semblante sencillo y ademanes reposados que ahora caminaba hacia si, y hacia la cual, inexplicablemente, se dirigían sus pasos. Casi instantáneamente se hiceron amigas, cómplices en medio de la gente que sí sabe lo que es una rutina.
La mujer sin nombre ("sólo háblame de 'tú'") se volvió la mentora de María. Le enseñó a interpretar las señales de la tierra, las cartas, el humo y del mundo en general para aprender sobre presentes confusos y mañanas inciertos; le enseñó a leer en los montes y valles de la mano la historia de su interlocutor, para dar (¿por qué no?) consejos sobre amor o dinero.
María se enamoró perdidamente de la mujer sin nombre, sí, pero sobre todo se enamoró de quien era ella misma cuando estaban juntas. Ella, quien siempre había estado escondida tras el nombre, casi genérico, que le habían dado sus padres (el mismo que los padres de casi todas sus vecinas le habían dado a sus respectivas hijas), era más que sólo "María" en esos momentos. María era mujer, era vida, era sueños. Aprendió a amarse durante los meses (o ¿fueron años?) que estuvieron juntas, y lo siguió haciendo aún después de la noche en que la mujer sin nombre la miró a los ojos (esos ojos que eran de ambas) y se despidió sin ceremonia ni llanto. María sonrió, con la sonrisa melancólica que ya no dejaría sus labios jamás, y se despidió también en silencio.
Ese jueves María se quedó sola y siguió su propio camino.
F5
Después de (0.0!) 2 años de ausencia, decidí que me hace falta escribir. Estuve un poco ocupada rehaciendo mi vida en Colombia después de regresar de Japón, y no encontré los ánimos para hacerlo desde entonces (si a alguien le interesa, regresé el 1 de Abril del 2010). La verdad es que este blog mutó durante los años que estuve allá: de un espacio para liberar las cosillas que mi cerebro cocina (un poco a pesar mío), pasó a ser el muro de los lamentos. Fue un buen medio de catarsis, no lo niego, pero empecé a sentirme fastidiada con la idea de escribir acá, sobre todo porque no tengo mucho de que quejarme ahora (tenía mucho de que quejarme entonces, y quejarse es una buena manera de transferir los motivos por los que uno se siente mal y sentir que se está haciendo algo para mejorar lo que nos molesta).
En fin, hace poco volví a sentir la necesidad (casi dolorosa) de escribir, así que acá estoy. La idea no es retomar el blog, sino recargarlo, empezar a limpiar de a poquitos toda la energía negativa que se acumuló en estas páginas durante los último años. Por eso no voy a empezar a escribir basada en experiencias recientes. En cambio, voy a empezar con actividades propuestas por gente que "enseña" escritura creativa. No me queda claro como puede ser posible enseñar algo tan personal, pero los ejercicios que plantean y que uno encuentra circulando en la red son bastante interesantes.
Así que ¡bienvenidos de vuelta! (si hay alguien que vuelve) o ¡bienvenidos! (en general) a mi desesperado intento por no perder la poca o mucha creatividad que me queda, y se atrofia en mi cabeza.
A ver cómo nos va...
This were Yin's hopeful thoughts speaking.
En fin, hace poco volví a sentir la necesidad (casi dolorosa) de escribir, así que acá estoy. La idea no es retomar el blog, sino recargarlo, empezar a limpiar de a poquitos toda la energía negativa que se acumuló en estas páginas durante los último años. Por eso no voy a empezar a escribir basada en experiencias recientes. En cambio, voy a empezar con actividades propuestas por gente que "enseña" escritura creativa. No me queda claro como puede ser posible enseñar algo tan personal, pero los ejercicios que plantean y que uno encuentra circulando en la red son bastante interesantes.
Así que ¡bienvenidos de vuelta! (si hay alguien que vuelve) o ¡bienvenidos! (en general) a mi desesperado intento por no perder la poca o mucha creatividad que me queda, y se atrofia en mi cabeza.
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