Thursday, September 18, 2014

La puerta que no es

Empieza como una sensación de incomodidad en alguna parte del cuerpo que no logras definir claramente. Algo no está bien y algo en tu interior está tratando de decírtelo. Decides ignorarlo porque, seamos sinceros, no hay una razón clara, expresa, que te grite en la cara que algo está mal y tú (como buen habitante de este mundo y esta época) no estás para rodeos e insinuaciones. No. Tú necesitas que te hablen claro; no estás para andar perdiendo el tiempo tratando de descifrar señales provenientes de quién sabe donde.

La sensación de incomodidad se transforma en una molestia. Nada muy grave, es algo así como un escozor poco agradable, tal vez ubicado en la frente o detrás del ojo derecho. Si te detuvieras a pensar por un momento, te darías cuenta de que estás tan acostumbrado a ignorar lo que sientes que ni siquiera eres capaz de ubicar en donde está la molestia. Tu estilo de vida, tu educación, tu formación, y las voces en tu cabeza correspondientes a estos y otros aspectos de lo que llamas "yo" no te permiten andar pendiente de sensaciones que no sirven a otro propósito que comunicarte algún peligro imaginario.

Finalmente, llega el dolor. Es suave al principio, de tal manera que lo puedes seguir ignorando mientras sigues con tu ocupadísima vida. Sin embargo, va aumentando en intensidad, poco a poco, tan sutilmente que no te das cuenta hasta que se vuelve intolerable y "de repente" tienes un gran dolor de cabeza (porque la cabeza es una sola cosa y la ubicación exacta del dolor no importa). Te tragas una o dos pastillas de ibuprofeno de 400 (o acetaminofén si estás "de malas" y no hay nada más) y sigues con tus muy, muy importantes ocupaciones del día. Cumples, o no, todas las tareas que te propusiste en el día: ir al trabajo, escribir el reporte, ver a tu novio, almorzar y trabajar un poco más (porque nunca es suficiente).

El dolor es constante. Sigue ahí por semanas. Algunos días es más suave, algunos días es más fuerte, otros días es casi imperceptible. No sabes qué está mal, aunque sabes que todo está mal. Poco a poco empiezas a darte cuenta de que no disfrutas tu trabajo, no te importan los reportes, no te gusta pasar tiempo con tu novio y, definitivamente, no disfrutas tu trabajo. Todo empieza a venirse abajo, sientes que vas a colapsar bajo la presión de sentir que tienes que hacer malabares con todos los aspectos de tu vida. Tienes miedo. Sientes, en toda su magnitud, el miedo del mundo actual a "ser un fracaso". No te detienes a pensar, por un segundo, qué es eso de "ser un fracaso". Y no te detienes a pensarlo porque en el fondo crees que "ser un fracaso" es ser tú.

Termina el mes y con él, tu trabajo. Terminas los reportes y también terminas con tu novio. De repente estás lejos de los malabares y la presión. El dolor empieza a ser cada vez más leve. Te das cuenta de que no eras feliz haciendo lo que estabas haciendo, así hubieras intentado convencerte, con todas tus fuerzas, de que sí. Al parecer, algo en tu interior estaba gritándote por medio del dolor que (efectivamente) estabas haciendo algo mal. Un día te levantas y el dolor, junto con la sensación de pérdida y fracaso, ya no está. Por fin saliste del ambiente que estaba dañando tus sueños e ideales, y cerraste la puerta detrás de ti.

El dolor desaparece. Estás de nuevo en el corredor con las opciones, los caminos y las otras puertas que llevan a ellos. Es hora de escoger la siguiente puerta a probar. No hay fracaso en haber perdido algo, si aprendiste algo al final.


This was: Yin's idealistic view of life talking

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