Viernes, 9 de Enero, 7am.
Sara abrió los ojos despacio, buscando en la penumbra el origen del ruido estruendoso que la había despertado. ¿Qué era ese ruido? Ah, si, cierto, la alarma del despertador. ¿Qué hora sería? No recordaba a qué hora había programado el reloj. Corrió las cobijas lentamente, maldiciendo entre dientes el frío de la mañana, y el invierno del país en el que vivía desde un par de años atrás; pensando que no era normal que estuviera tan oscuro a las 7 de la mañana (sí, ya recordaba a qué hora había programado el reloj) y que iba a necesitar por lo menos otros 2 años allí para que su ritmo circadiano se ajustara a los cambios de estación, lo cual era una completa exageración ya que el invierno acababa de comenzar y en una semana ya estaría acostumbrada (Aunque probablemente iba a seguir renegando del frío cada mañana).
A Sara le gustaba levantarse temprano en las mañanas. Lo que era un problema porque también le gustaba acostarse tarde en las noches, resultando en que Sara dormía muy poco casi siempre y siempre estaba cansada. Hoy, sin embargo, era diferente. Se había ido a dormir un poco más temprano que de costumbre en la noche anterior porque ese día era un día especial. Era uno de esos días en los que se encontraba con él; uno de esos días, cada vez menos frecuentes, en los que salían a comer algo o caminaban un rato juntos mientras hablaban de todo un poco y de nada en especial; uno de esos días que hacían de la "monótona y grisácea" vida de Sara algo llevadero e, incluso, algo interesante y colorido, como un efímero destello de luz en la permanente oscuridad de una caverna subterranea.
Él era un estudiante de un curso más avanzado en la universidad de ella, se podía decir que no destacaba mucho físicamente, no era muy atractivo, ni muy feo, ni muy alto, muy bajo. No se destacaba mucho en ninguna actividad en particular, pero era inteligente, gracioso e interesante. Era muy activo también, siempre buscando algo que hacer o algo que decir. Además era uno de sus más cercanos amigos y una de las personas en las que más confiaba. Y, últimamente, era la persona que ocupaba del cincuenta al ochenta por ciento de los pensamientos de Sara durante el día. Ella en realidad no se había dado cuenta de en qué momento el ser su amiga había dejado de ser suficiente. Pero era cierto, y aunque le tomó bastante tiempo aceptarlo, ahora sabía que le iba a costar trabajo seguir pensando en la relación de ellos como hasta ahora y conformarse con ella.
En fín, volviendo a la historia, Sara se levantó de la cama, apagó la alarma del despertador, tomó una ducha y se fue a clases. Estuvo todo el día como elevada, distraída, dejando cosas caer al piso y tropezando con otros accidentalmente. Sencillamente estaba demasiado emocionada. Y era demasiado porque, en realidad, hoy no iba a ocurrir nada especial. Ya habían pasado muchos días como hoy, ya se habían encontrado muchas veces para ir a comer o a caminar. La única diferencia era que hoy era el primer encuentro después de que ella decidió admitir sus sentimientos ante ella misma.
Después de que las clases terminaron, Sara marcó al celular de él y esperó mientras timbraba, una vez... dos veces... tres... cuatro... cinco... correo de voz ¿Por qué no contestaba? Decidió que tal vez era muy temprano todavía para encontrarse. Tal vez él estaba en clase o tenía algo que hacer.
Así que Sara se fué a almorzar sola, mientras revisaba su celular cada dos o tres minutos para asegurarse de que no perder la llamada de él que no demoraría en llegar. Comió despacio, mirando por la ventana del restaurante, no tenía nada mejor que hacer mientras esperaba. Soñaba despierta con el día en el que sería capaz de decirle a él lo que sentía. "Pero todavía no". Se repetía a si misma que primero tenía que aclarar muy bien que era lo que estaba sintiendo, ya que en esos momentos su cabeza era un completo desorden de ideas y sentimientos confusos. Se sentía tonta. Como uno de esos personajes estereotipados de las telenovelas: la niña enamorada (no, no podía decir enamorada, eso no podía ser amor, ella no conocía el amor todavía) o mejor, encaprichada que no halla qué hacer con su vida que gira en torno a algún otro. No le gustaba sentirse así, prefería las cosas como eran antes. Cuando eran amigos y podían hablar de manera normal, sin que ella pensara en lo bueno que sería que él dijera otras cosas,cosas que ella quería escuchar.
Sara terminó de almorzar, se levantó de la silla y salió del restaurante. Sintió el aire frío en su cara, era una sensación extraña teniendo en cuenta que era un día precioso, soleado y sin una sola nube en el cielo. Sonrió para si misma y empezó a caminar con las manos en los bolsillos. Ya se estaba distrayendo, pensando en lo bonito de el día y tratando de pensar en un lugar agradable donde poder sentarse un rato, cuando sonó el celular. Emocionada, lo sacó del bolsillo y miró, esperando ver el nombre del estudiante en la pantalla. No, no era él el que llamaba. Contestó con la voz un poco endurecida por la decepción, era una de sus amigas. No, hoy no podía ir de compras, tenía cosas que hacer. ¿Qué cosas? Tareas y... pues... tareas. Sí, era urgente. Dijo que lo sentía mucho y se despidió, colgó rápidamente esperando que él no hubiera llamado durante los dos o tres minutos que duró la conversación.
Empezó a sentirse triste. ¿Por qué no llamaba? ¿No iba a encontrarse con ella hoy? Se sintió olvidada, una sensación de presión en la garganta iba aumentando y le dificultaba hablar. Ya conocía esa sensación, la verdad es que Sara tendía a ser un poco sensible, tal vez demasiado y por eso lloraba mucho. Esta vez, sin embargo, decidió que no tenía por qué ponerse a llorar, al fín y al cabo, no había realmente concertado una cita con él, él no se había comprometido a llamarla, sólo había mencionado un par de días antes que sería agradable encontrarse ese viernes sin concertar nada definitivo. Volvió a llamar, no era necesario que fuera él el que lo hiciera, ¿cierto?
Llegó la noche. Al final, las llamadas de Sara no fueron contestadas, y no recibió ninguna tampoco. Se sentía algo decepcionada pero, en su mente, sólo se repetía que en realidad no tenía por qué haber estado tan ilusionada en primer lugar. No había promesas de por medio, ni tenía la seguridad de que sus sentimientos fueran correspondidos. Pero iba a esperar. No se sentía capaz de hacer otra cosa, de pasar a una posición más activa. Tenía miedo. Miedo del rechazo, miedo de ser correspondida; pero, sobre todo, miedo de perderlo, él era una persona muy importante en la vida de ella, él tenía que estar ahí para ella. Como hasta ahora, como siempre.
Sara apagó la luz y se acostó. No era buena idea seguir dándole vueltas a lo mismo, sólo iba a conseguir lastimarse. Ya vendría otro día, ya habría tiempo para pensar, por ahora, sólo tenía que dormir y esperar a que la mañana llegara. Cerró los ojos despacio y, poco a poco, se fue adormeciendo. Su último pensamiento de la noche fue que tal vez era mejor así, tal vez sólo estaba confundiendo sus sentimientos, tal vez sólo se sentía sola y él era la persona más cercana, tal vez...
Se durmió y pasó una noche sin sueños.
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